La crítica situación por la que atraviesan, tanto las agencias como las Asociaciones, hacen que contar con una única y poderosa voz sea una necesidad. Además de una exigencia por parte de las autoridades, que hace años piden un solo interlocutor estatal, en coordinación (y armonía) con las Comunidades autónomas. Como en la Hotelería española, que integró modélicamente a todos sus colectivos. Entonces, ¿para cuando la ansiada unidad?
Agentes y Asociaciones han dado sobradas muestras de comprensión ante la complejidad que supone la fusión del Asociacionismo empresarial. De comprensión y paciencia. Una prudencia a la que deben servir los medios sectoriales, conscientes de su responsabilidad, aunque no siempre sea así. Pero el tiempo se agota, y la necesidad de culminar la unidad resulta cada día más perentoria. Hasta el punto de que es la propia credibilidad de las Asociaciones antes los agentes de viajes asociados y ante el sector, la que está en juego.
La cuestión es, si todos están de acuerdo en el objetivo, ¿qué impide culminar la unificación? Las dos grandes Organizaciones, FEAAV y CEAVyT, están de acuerdo en lo esencial. Y hasta las Asociaciones autonómicas y locales tienen hoy mejor disposición que nunca —al remitir los anhelos nacionalistas— a integrarse en esta gran cúpula.
La insostenible duplicidad de cuotas afecta ya no solo a las agencias integradas en dos Asociaciones, sino a los Grupos comerciales, cuyas agencias independientes necesitan más que nunca un gran paraguas institucional. Sin embargo, las cosas siguen (casi) como estaban.
Sea en CEAVyT o dónde fuere, este gran Sector necesita contar con un lobby que defienda sus legítimos intereses. Y que trabaje con eficacia, creando (y coordinando con todos los que quieran) una hoja de ruta para este Sector.
No es el momento de personalismos ni de las querencias territoriales que hasta ahora han lastrado este empeño. Quien, desoyendo el clamor sectorial, se obstine en poner nuevos palos en las ruedas del carro común, ha de ser consciente de la responsabilidad que asume, y de que el Sector no quiere (ni puede) ver frustrada de nuevo una ambición que, repetimos, es ya una necesidad.
Anteponer el criterio personal para mantener su cuota de poder asociativo, sea cuales fueren las razones de quien lo pretende, es un error mayúsculo. Y una falta imperdonable en quien, al ostentar la representación de los agentes, debiera velar por los intereses del Sector. Y no por los suyos. O por sus filias fobias personales.
No se puede proclamar la bondad de la fé —como decía el clásico— y ser al tiempo su peor enemigo… Y hace falta más fé (y menos protagonismo) en todos quienes hoy representan al Sector. Y hoy ya no puede culparse a ningún gerente de dinamitar este proceso.
Que le sea útil. Ese es nuestro mayor interés.
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