TRIBUNA DE OPINIÓN
ROBERT LANQUAR
Durante años, el debate turístico se ha centrado en conceptos como sostenibilidad, digitalización con IA o experiencia del visitante. Sin embargo, hay una cuestión más profunda, y a menudo menos visible, que condiciona todas las demás: la gobernanza turística local. En muchos destinos seguimos intentando responder a desafíos del siglo XXI con estructuras diseñadas para otro tiempo.
Las Oficinas de Turismo y los Destination Marketing Organizations (DMO) nacieron, en su mayoría, para promover destinos, atraer visitantes y coordinar con el sector privado. Esa función sigue siendo necesaria, pero claramente insuficiente. Hoy, el turismo es una política urbana de pleno derecho, con impactos directos sobre la vivienda, la movilidad, el espacio público y, principalmente, sobre la convivencia cotidiana entre residentes y visitantes.
Los conflictos turísticos que emergen en numerosos destinos urbanos no son únicamente una cuestión de volumen de visitantes. Son, ante todo, el síntoma de una desalineación entre turismo y proyecto urbano. Allí donde el turismo se gestiona al margen de las políticas de ciudad, aparecen tensiones sociales, rechazo ciudadano y pérdida de legitimidad institucional.
Muchas estructuras turísticas locales siguen funcionando en silos: poco conectadas con urbanismo, movilidad o vivienda; con escasa capacidad para gestionar flujos y usos del espacio; y con modelos de gobernanza poco inclusivos y débiles en rendición de cuentas. El resultado es un turismo percibido como algo impuesto, más que como un proyecto colectivo.
El paradigma de las Smart Cities ha introducido una idea clave: la inteligencia urbana no reside solo en la tecnología, sino en la capacidad de gobernar sistemas complejos mediante datos, coordinación y decisiones compartidas. Aplicado al turismo, el Smart Tourism debería leerse en la misma clave.
Un destino no es “inteligente” porque tenga sensores, plataformas o aplicaciones, sino porque dispone de estructuras institucionales capaces de anticipar impactos, gestionar conflictos y equilibrar intereses. En este contexto, el rol del DMO debe transformarse: de organismo de promoción a plataforma de gobernanza del destino.
Estrasburgo: una señal clara de cambio
La reciente transformación de la Oficina de Turismo de la Eurometrópolis de Estrasburgo (Francia), sede del Parlamento Europeo, en una Sociedad Cooperativa de Interés Colectivo (SCIC) es una señal potente en esta dirección. No se trata de una simple reforma jurídica. Como ha señalado el francés Jean Pinard, estamos ante una “verdadera revolución” en la manera de realinear los objetivos turísticos con los imperativos de la colectividad.
El modelo cooperativo permite integrar en una misma estructura a administraciones públicas, empresas, trabajadores y socios territoriales. El turismo deja así de gestionarse “en su rincón” y pasa a formar parte explícita del proyecto urbano y metropolitano, con mayor legitimidad social y capacidad de coordinación intersectorial.
España: el DTI como palanca de reorganización institucional
En España, el cambio ha seguido caminos distintos, pero apunta en la misma dirección. El modelo de Destinos Turísticos Inteligentes (DTI) impulsado por la Secretaría de Estado de Turismo a través de SEGITTUR, ha funcionado, en algunos casos, como una palanca de reorganización de la gobernanza, más que como un simple marco tecnológico. Este modelo cuenta con el reconocimiento internacional de organismos como la OMT-UNWTO o la OCDE.
Benidorm, con su fundación público-privada y su ente gestor DTI; València, a través de una estructura estable de cooperación público-privada; o Málaga y San Sebastián, mediante la institucionalización de observatorios de turismo sostenible, muestran que el salto cualitativo se produce cuando el turismo se dota de capacidad de inteligencia y coordinación.
Estos instrumentos no eliminan automáticamente los conflictos, pero permiten algo fundamental: pasar de una gestión reactiva a una gestión estratégica del destino, basada en evidencia y no solo en intuición o presión coyuntural, una gestión proactiva y predictiva.
La convivencia, test de la gobernanza turística
Hoy, la convivencia entre residentes y visitantes se ha convertido en el principal indicador político de la sostenibilidad turística. Conviene decirlo con claridad: la convivencia no se resuelve con campañas de comunicación ni con slogans bienintencionados. Se gestiona con gobernanza.
Incorporar la convivencia como objetivo explícito de la política turística implica disponer de datos sobre flujos, usos del espacio y percepciones sociales; integrar actores del territorio en la toma de decisiones; y aceptar que gobernar el turismo supone, en ocasiones, tomar decisiones incómodas.
Los observatorios turísticos y los entes gestores inteligentes permiten identificar zonas de presión, temporalidades conflictivas y desequilibrios antes de que el conflicto estalle. Pero, sobre todo, refuerzan la legitimidad de la acción pública al hacer visibles los criterios que guían las decisiones.
El reto para los responsables locales
Para las administraciones locales, el reto ya no es si deben cambiar la gobernanza turística, sino cómo y con qué ambición. Reconocer el turismo como política urbana implica revisar estructuras, reforzar la coordinación interdepartamental y redefinir el mandato de las DMO.
No es el turismo el que debe adaptarse a la ciudad, sino la gobernanza la que debe integrar el turismo en el proyecto colectivo. En la era de las Smart Cities, el turismo solo será inteligente si su forma de gobernarse está a la altura de la complejidad urbana. Todo lo demás es retórica.











