Se nos ha ido Pablo. El hombre sereno que siempre escuchaba. El amigo templado, dialogante, atento, sonriente… que para muchos era el buen padre o el hermano mayor que habrían querido tener. Hotelero de raza y vocación, con esa innata actitud de verdadero servicio a los demás que caracteriza a nuestra mejor Hotelería. Un señor de los de antes, de una pieza, noble y leal. Un español de Cataluña, que anhelaba pasar sus últimos días en su casa en Oliana, donde ansiaba disfrutar de su jubilación en compañía de su esposa, que una implacable enfermedad le robó de manera tan súbita como inesperada. Una noticia que me contó con una sonrisa en Fitur y ante la que sólo pude reaccionar rompiendo a llorar desconsoladamente ante la mirada perpleja de quienes estaban a nuestro alrededor. Una terrible pérdida que se sumó al cruel accidente de uno de sus hijos que, afortunadamente, pudo volver a caminar. Avatares que se sumaron a un injusto desenlace profesional que no merecía.
Hablamos largo y tendido de la muerte, durante una apasionante tarde juntos, viendo la final del Mundial de Fútbol que ganó la Argentina de Messi. Apasionado culé, le había propuesto la víspera ir a su casa para comer juntos y pasar la tarde viendo la final. Pablo aceptó con gusto mi auto invitación y me recibió sin afeitar, con notable delgadez y oxígeno en ristre.
Percibí su extrema vulnerabilidad cuando le abracé, en el umbral de su casa de Madrid, estrechándole entre mis brazos con el mimo que su delicado estado requería. Prescindió de la mascarilla, que llevaba incluso cuando su mucama limpiaba la casa. Había preparado nuestro almuerzo en la cocina, “así es más fácil” me dijo. Me lo sirvió despacio, sin permitirme hacer nada. Demostrando hasta el final esa extraordinaria vocación de servicio que le caracterizaba.
Después, nos sentamos en el salón, en el que su añorada esposa brillaba por su ausencia, y donde volvió a dar muestras del estoicismo que le caracterizaba. Animado por rones anejos, que él ya no podía disfrutar, hablamos de sus pérdidas, de su mujer, de sus hijos, de los amigos comunes, de la Hotelería, el Sector Turístico y, sobre todo, de la muerte. Un tema éste que ninguno de los dos rehuimos, conscientes de que su final estaba cerca, pero sin que saliera una sola queja de sus labios, pese a que la dramática pérdida de masa muscular que sufría, convertía el mero hecho de estar sentado en un ejercicio doloroso.
Tuvimos ocasión de repasar la prueba corregida del libro que iba a publicarle, basado en su monumental trabajo de fin de carrera de 400 páginas, que había querido titular “Análisis del Turismo de hace 50 años”. Una excelente tesis, escrita exactamente hace medio siglo, en la que hacía una rigurosa y pormenorizada radiografía del Turismo español y mundial, que sirvió de colofón a su brillante carrera, realizada en la Escuela Superior de Hostelería de Madrid a principios de los años ’70, culminada con un máster en dirección y gestión hotelera en la Universidad Politécnica de Madrid. Aceptó mi propuesta de que la imagen de contraportada fuese una fotografía en la que recibía el título de manos del mismísimo general Franco. Anteponiendo así los criterios de singularidad histórica a la aversión ideológica que pudiera suscitar el personaje. Y es que Pablo había rechazado, amable pero categóricamente, la multitudinaria cena-homenaje que queríamos organizarle varios amigos comunes. Pero me pidió que, en su lugar, publicara su libro, corrigiendo y revisando su tesis de fin de carrera. Un libro que —cuánto lo siento— él ya no podrá ver publicado.
El enésimo requiebro de su enfermedad le impidió cumplir su promesa de llevarnos en agosto en coche (decía que, pese a su estado, le relajaba conducir), a su casa-refugio en el alto Urgel, donde había querido pasar su vejez con su mujer. Íbamos a ir ambos con mi hijo David a disfrutar de la naturaleza y compartir juntos diez días de vacaciones de verano. Pero una nueva hospitalización, de las muchas que jalonaron la última etapa de su enfermedad, lo impidió.
Pablo ha sido —y no hay exageración sino justicia en esta afirmación— el mejor de los directores de hoteles urbanos que ha dado España. Gracias a su profesionalidad y buen criterio se levantó y puso en marcha el mayor hotel MICE de España y, probablemente, de Europa. Un gigante de la hotelería de reuniones y eventos, fruto de la enorme capacidad de Pablo y de la inversión de la propiedad, al que muchos llamaban “el pequeño Ifema” y que, entre otros atributos, albergaba el mayor y mejor auditorio privado de Madrid. Allí se celebraron varios Premios Goya, reuniendo a la industria cinematográfica española.
Y precisamente en una de las madrugadas de fiestas de los premiados en las suites del hotel tuvo lugar una de las anécdotas que mejor describen a Pablo Vila. Con el ‘seny’ que le caracterizaba, Pablo ponía fin personalmente, con tanta amabilidad como determinación, a las diversas fiestas extremas de actores que, “puestos hasta arriba de todo”, perturbaban con su alegría el sueño de clientes alojados en habitaciones contiguas. Lo increíble del asunto era que, cuando aquellos grupos de glamurosos actores y actrices abandonaban entre vapores etílicos sus suites del hotel, para seguir la juerga en otros lugares, Pablo era invitado a acompañarlos y unirse a la fiesta. Invitación que él declinaba con su exquisita educación, respondiendo con una sonrisa a la insistencia de aquellos jóvenes artistas que no podían evitar ver en aquel firme pero amoroso director de hotel al buen padre que habían querido tener.
Pablo Vila fue un joven estudiante de notable capacidad e inteligencia, que sorprendió a sus padres cuando eligió “servir a los demás” estudiando Turismo. Una carrera que quedaba muy por debajo de las expectativas de sus progenitores, por las cualidades e intelecto que Pablo mostró desde su juventud, pero que colmaba la inequívoca vocación de servicio que siempre caracterizó a este hostelero y hotelero de raza.
Fue jefe de explotación en la red de Paradores de Turismo, donde demostró su insobornable honradez y profesionalidad, hasta que asumió la director del Hotel Barajas de Madrid, trabando una sólida amistad con su jefe, el emblemático José María Carbó,; siendo nombrado después director general de Partner Hotels y, más tarde, asumiendo la dirección general de Operaciones de Oasis Hotels, fascinado por la ambición y disfrutando del cosmopolitismo de Pedro Pueyo.
Una impecable carrera profesional que devendría, en 2008, en su mayor logro: la construcción bajo su dirección del mayor hotel MICE de España, el Auditórium, y su posterior y estratégica incorporación a la marca Marriott, para así poder utilizar su ‘expertise’ y culminar una formidable remodelación (sólo la reforma costó 40 millones de euros), bajo su atento y minucioso control, que ha convertido el Auditórium, ahora dirigido por Carlos Alonso, en el mayor y uno de los mejores hoteles MICE de Europa.
La llamada de nuestro común amigo y presidente de la Mesa del Turismo Juan Molas, la primera de muchas comunicaciones que recibo en esta triste mañana del 31 de diciembre de 2022, me ha golpeado en el alma y el corazón, con el fallecimiento de Pablo. Y es que no “sólo” perdemos a un amigo excepcional, del que nos sentíamos legítimamente orgullosos, por poder disfrutar del tesoro de la amistad de un hombre único, por su inmensa categoría y nobleza. La muerte de Pablo Vila es una gran pérdida para la Hotelería española y para el Sector Turístico en su conjunto. Se nos ha ido un referente de excelencia y el más alto exponente de profesionalidad en la dirección hotelera. Y es que no sólo hemos perdido a un buen amigo y a un hombre bueno, sino al mejor de los profesionales… y al maestro y al amigo que todos habrían querido tener. Descansa en paz, amigo Pablo. Nunca te olvidaremos.
Pablo Vila y Eugenio de Quesada, en la Redacción de NEXOTUR.