Y si una catástrofe natural resulta difícilmente evitable, resulta sorprendente que no lo sea una huelga de controladores.
El Gobierno ha pecado de ingenuidad, aunque parece que no de decisión, al afrontar este enésimo chantaje de unos profesionales que, como bien dice el ministro de Fomento, basa su éxito en tomar una y otra vez como rehén a la ciudadanía. Aunque el inmenso daño que provoca al Turismo sea tanto o más dañino para la Economía.
¿Quién paga los perjuicios provocados a grandes proveedores como aerolíneas u hoteleros? ¿Y a la cadena de comercialización de las agencias de viajes y turoperadores? ¿Quién es responsable del daño que la suspensión de operaciones en el espacio aéreo provoca en el Receptivo? ¿Y en el Destino España, y en la credibilidad de nuestra marca?
En puridad, la culpa de lo ocurrido corresponde a los controladores que han provocado tales daños y perjuicios. Y parece que, por una vez, el Gobierno va a pasar factura. Poca solidaridad encontrará este colectivo en la opinión pública y, menos aún, en el Sector Turístico. El cáncer de los controladores, al igual que el de los pilotos y otras castas del transporte aéreo, lleva activo ya más de 30 años. Pero mientras que otros conflictos profesionales se han reconducido (el de los pilotos con la histórica suspensión de operaciones de Irala en Iberia), el de los controladores ha estallado con tanta virulencia, que ya no deja marcha atrás. Para buena parte del Sector, ha llegado el momento de solucionar definitivamente el problema. Y, a la vista de su actuación, para el Gobierno también.
La gravedad del problema trasciende al ministro Blanco y a Fomento, a la vista de que el presidente Rodríguez Zapatero ha encomendado la gestión de esta crisis al hombre fuerte del Gobierno, el vicepresidente Pérez Rubalcaba. Y aunque en un Gobierno socialdemócrata no proceda imitar la fórmula Reagan, que llevó al presidente de Estados Unidos a expulsar a miles de controladores, sustituyéndolos por militares, la estrategia pasa por adoptar medidas a largo plazo que solucionen el problema.
No será el Sector Turístico español, ni la ciudadanía, quien pida paños calientes, para una enfermedad que requiere cirujía, y para la que el maquillaje ya no sirve.
Desgastar al Gobierno utilizando esta crisis puede ser rentable para la Oposición, pero en modo alguno debe servir de coartada o de colchón para los controladores. Ha llegado el momento de impedir que estas reivindicaciones profesionales pongan en un brete al Sector. La lección a aprender debiera ser que con el Turismo no se juega. Y esta lección debiera servir para que se proceda con contundencia cuando los trabajadores de otros modos de transporte, aprovechando temporadas altas, tomen a los ciudadanos y al Turismo como rehenes.
Que le sea útil. Ese es nuestro mayor interés.










