TRIBUNA DE OPINIÓN
ALBERTO BARCIELA
La Real Academia Española ha incorporado a su corpus las voces que el habla cotidiana impone. El uso social manda en la actualización del diccionario, donde lo popular termina por consolidarse como norma. En esta ocasión, ante un entorno global pero de impacto local, el léxico oficial asume términos que reflejan nuevas tensiones sociales.
La RAE define ahora la «turismofobia» (del prefijo «turismo» y el sufijo griego «phóbos», miedo o rechazo) como la «fobia al turismo masificado, a causa de su impacto negativo en el medio ambiente y en la calidad de vida de la población local». A la Mesa del Turismo de España, reunida esta semana en Madrid, le ha causado malestar esta entrada, cuestionando el razonamiento de la definición.
El sector del viaje enfrenta problemas peculiares: la estacionalización, la falta de personal suficiente y conectividad, pero hasta ahora no aparecía entre ellos el lenguaje, salvo el desconocimiento de idiomas por muchos profesionales.
El viaje se reconoce como la industria principal del país, con una aportación que sitúan en el 21% del PIB, frente al 13% de incidencia directa que reflejan las estadísticas oficiales. El turismo es motor de la economía y paga buena parte de la sociedad de bienestar, pero sufre la presión fiscal de unos gestores públicos que recaudan con una saña que asfixia al propio sustento del Estado en lugar de fortalecerlo.
Este escenario obliga a rescatar conceptos que devuelvan el equilibrio a nuestra convivencia. Frente a la fobia, el idioma ofrece la «hospitalidad», del latín «hospitalitas», virtud de acoger o la «albergadura», el antiguo derecho a recibir cobijo. En nuestra tradición, el viajero era el «huésped», del latín «hospes», término que unía a quien recibía y a quien era recibido en un mismo vínculo, una relación de respeto que hoy se ve amenazada.
Como indicaba Miguel de Unamuno, la lengua es el espíritu de un pueblo. La presencia de términos como «turismofobia» o «gentrificación», del inglés «gentrification», derivado de «gentry», gente de bien o baja nobleza, nos exige ordenar la propia casa antes de que las instituciones tengan que sancionar el conflicto, demasiadas veces inspirados por razones espúreas. Es necesario recuperar la «filoxenía», del griego «philoxenía», amor al extraño, el valor que hacía del viaje un encuentro. El otro existe y es bienvenido con sus divisas.
España merece respeto; de su estabilidad vivimos todos, es posible que también el diccionario y quienes deciden enriquecerlo con incuestonable autoridad y una cierta alegría.
Alberto Barciela
Periodista
Miembro de la Mesa del Turismo de España











